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En la primera década del siglo XX, cuando alguien anhelaba sentir toda la emoción que un duelo con pistola podía llevar, aunque sin poner por ello la vida en juego, tenía la posibilidad de realizarlo junto con amigos, siguiendo todo el protocolo que un enfrentamiento real requería.

Para llevar a cabo esta confrontación amistosa, solo hacía falta un traje completo de esgrima con protector para la cabeza y una pistola que disparara balas de cera. El resultado del simulacro se traducía en un asesinato educado sin mayores consecuencias.

En este juego, precursor del paintball, se utilizaban balas de cera procedentes de Francia, donde despertaba gran interés y diversión. Algunos lo tacharon como un juego de niños; sin embargo, contó con la simpatía de los deportistas de esgrima, quienes llegaron a utilizarlo en numerosas ocasiones.

Aunque se trataba de una experiencia sin riesgos, a veces alguien salía un poco magullado, como le sucedió a Gustave Voulquin, escritor de deportes de la época. Este periodista deportivo, tras una de aquellas simulaciones de duelo quedó herido leve en una mano a causa de una de las balas de cera. Más tarde, en alguno de sus reportajes recordaba que aún sentía dolor cuando pasaba mucho tiempo escribiendo.

Durante los Juegos Olímpicos de 1908, los torneos de duelos sin derramamiento de sangre despertaron gran interés, llegando a celebrarse campeonatos de revolver a nivel internacional. Para la ocasión se utilizaron balas de cera y los combatientes lucieron ropas y protectores muy sofisticados. Se equiparon los revólveres con grandes guardamanos y se añadieron a los cascos ventanas de vidrio plano.